domingo, 9 de octubre de 2011

Esa nariz traidora...

"Ayer volví a Mandderley..." Así empezaba la película Rebeca..., pero no, ayer volví al pueblo natal de mi ama en La Rioja y de nuevo comprobé que el olfato nos pierde. Cuando entramos en una casa en la que hemos pasado las vacaciones de nuestra infancia, no son los cuadros que aún cuelgan en sus paredes los que nos traen recuerdos, y no son los muebles que todavía se conservan en su sitio los que nos hacen rememorar viajas andanzas entre pasillos. Al entrar, es tu nariz la que se sintoniza con la casa y te hace disparar un montón de diapositivas en tu cerebro en un "Pobrepoint" caótico. De repente, ¡zas!, recuerdas personas, conversaciones, caras, ruidos, sabores y caricias. El poder evocador es tal, que parece que se pudiera viajar en el tiempo, volver a esos lejanos días y disfrutar de personas que ya no están en el planeta. Si el olfato nos ata tanto a los recuerdos, no me extraña que nos enganchemos de la forma que lo hacemos a otros seres humanos que son o han sido algo en nuestras vidas. Y es que olían bien. O mal.

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