lunes, 16 de enero de 2012

Esos ojos tristes...

Esto de tener el radar siempre encendido hace que te fijes en cosas que de otra forma te pasarían desapercibidas. Hoy una chica estaba esperando que abriesen el comercio donde trabaja y su móvil ha sonado con un alegre soniquete. Se lo ha acercado al oído, ha reconocido la voz al otro lado de las ondas, o eso he creído entender por sus gestos, y de repente ha ocurrido el drama. Era de esas chicas a las que en otras circunstancias le dirías que estarías encantado de hacer un par de largos en las piscinas olímpicas que eran sus ojos azules, pero en su cara y aún sin apartar el móvil de su melena, zas!, la tristeza ha caído como un pesado velo. Su cara se ha descompuesto pero no ha cerrado los ojos, sencillamente, blandamente, como no queriendo molestar al que le miraba de hito en hito, casi inunda la calle en un torrente de lágrimas desconsolado. Ha colgado, ha guardado el móvil y se ha quedado así, firme, con los ojos bien abiertos, sin hipos ni movimientos desesperados, mientras dos goterones impresionantes le resbalaban por sus mejillas camino de sus labios donde se colaban por la comisura hasta desaparecer. Miraba al portal de enfrente pero estoy seguro de que no veía nada, y azorado por mi propia mirada, por si le resultaba ofensiva de tanto fijarla en ella, allí la he dejado cuando alguna lágrima ya había traspasado la barrera de la boca y se desplazaba rauda a su barbilla. Al pasar más cerca de ella la música del móvil, que ya no me parecía tan alegre, sonaba amortiguada e insistente en su bolso. Ya sé que soy un perfecto desconocido para esa anónima, pero ¡leches!, mi impulso ha sido abrazarla. No lo he hecho e igual nos hubiera venido bien a los dos. Casi seguro.

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